domingo, 4 de diciembre de 2011

Civilizaciones cerradas

Denisse Gotlib

 

Los habitantes de Surém sabían muy bien que los gatos negros son eternos: cuando uno los mira a los ojos, se abre un infinito abismo que sólo se cierra con el parpadear del animal.

Por lo general, procuraban no interactuar con ellos. Los niños, a base de zarandeadas de las madres y sermones de las abuelas lo aprendían desde pequeños; sólo alguien eterno puede tocar la eternidad sin que le duela, repetían las ancianas a sus nietos mientras entrelazaban el bejuco. El hombre Ikal puede tocarlos, señora, contestó en una ocasión uno de los niños a su abuela, ¿sí Tosali?, tal vez por eso es que grita por las noches, ¿porque le duele?, no querido, porque es eterno.

Hace siglos que Tosali y su abuela murieron. El hombre todavía recorre por las noches la plaza central, línea a línea, surcando la piedra que ya no sabe de otros pies. Las fachadas ennegrecidas que circundan la explanada son fantasmas que se mueven al ritmo del viento.

El cuerpo de Ikal hace movimientos desarticulados que recuerdan a lo que alguna vez fue un baile y los ecos de sus gritos rompen el silencio absoluto del vacío. Cuando se serena, de su boca amarilla y marchita se emite un rumor descompuesto que dice algo sobre el tiempo.

Los gatos se miran unos a otros, abriendo infinitos abismos y se compadecen, pues son muy sensibles, del infeliz condenado. Saben que los hombres no están hechos para ser eternos. No entienden del todo cómo pudo suceder algo así, pero imaginan que hace mucho tiempo, en algún pueblo gobernado por dioses fastidiados, un gato negro murió.

jueves, 13 de octubre de 2011

Ayer teñí de color sangre mis sueños.

 

“Mi madre acostumbraba a decir:

´Guárdate de los señalados de Dios´”[1]

La angustia de vivir dentro de un monstruo que con sus decenas de rostros mira indiferente. Un chico nos cuenta, con palabras simples y frases profundas, la historia de su intento por sobrevivir en una ciudad de principios del siglo XX. Las ciudades, que se construyeron con la promesa de ser el lugar para vivir mejor. El lugar de vanguardia. El hogar del humano (el hogar natural del humano) (porque el humano debe vivir en un lugar digno de él). Ésa promesa de bienestar, es la misma que margina, entendió Silvio. Porque en esa ciudad, no todos nacemos, ni crecemos, ni vivimos, igual. “Tras de esas puertas había dinero, los dueños de esos comercios dormirían tranquilamente en sus lujosos dormitorios, y yo, como un perro, andaba a la ventura por la ciudad”[2] Silvio se convierte en un señalado de Dios, ¿o nació señalado? Un ladrón es Silvio Astier. Los ladrones también comen, ¡cínicos!

Los trabajos y los días. Porque el trabajo es el destino universal del hombre. “Tenés que trabajar, ¿entendés?” “¿De qué…? [mamá] A ver, ¿de qué?” [3] No importa de qué, ni cómo, ni para quién, ni con quién, Silvio, entiéndelo. Importa que trabajes, porque aquí todos trabajamos para comer pues, para sobrevivir. “Decime, Rengo, ¿tiene sentido esta vida? Trabajamos para comer y comemos para trabajar.”[4]

El profundo dolor de entender, a los 16 años, que no todos los cuerpos valen lo mismo. A Silvio Astier la ciudad se le cae encima. No, no se le cae encima. Más bien se le va acercando desde todos los ángulos posibles hasta asfixiarle el cuerpo, hasta convertirlo en nada.

El juguete rabioso, escrita hace casi cien años, nos recuerda, que la miseria que vemos hoy en las ciudades, no es novedosa. Que las ciudades mismas nacieron marginando. La creación de estas grandes urbes está sustentada en un sistema que impide el bienestar de todo el tejido social. Los monumentos a la modernidad son sólo un museo vivo que muestra sus carencias y su fracaso.

"Y fregué el piso, pidiendo permiso a deliciosas doncellas para poder pasar el trapo en el lugar que ellas ocupaban con sus piececitos, y fui a la compra con una cesta enorme, hice recados... Posiblemente, si me hubieran escupido a la cara, me limpiara tranquilo con el revés de la mano."[5]

Judas Iscariote. Judas traiciona a la humanidad. La humanidad había traicionado a Silvio. ¿A mano?

Tal vez Silvio necesitaba de traicionar a Rengo. Se encontraba en él. “Los marginados”, como si fueran un grupo que se pudiese acomodar en dos palabras. No poder más con la existencia. Silvio se delata a sí mismo.


[1] Roberto Arlt, El juguete rabioso, México, Axial, 2008, p. 15

[2] Ibídem, p. 98

[3] Ibídem, p. 47

[4] Ibídem p. 124

[5] Ibídem p. 72

La promesa de Petrus.

 

Lo traicionero de las promesas es que puede ser que uno crea en ellas. Que se cuente con su realización para seguir adelante, y de ser una mera convención para facilitar despedidas o regresos, se piense en ellas como un hecho confiable, seguro o peor aún, se tenga noticia de su falsedad y aun así, se les elija como justificación para seguir haciendo lo que siempre se ha hecho y nunca ha funcionado.

Parecería que en Puerto Astillero y en Santa María se detuvo el tiempo. Los personajes son fantasmas de carne y hueso, que se mueven pero no realizan acciones, como si hubieran olvidado esa capacidad humana: "su viaje sólo era una pausa sin sentido, un acto vacío"[1]. El astillero, “el edificio gris, cúbico, excesivo en el paisaje llano, las letras enormes, carcomidas, que apenas susurraban, como un gigante afónico”[2] se vuelve una figura trascendental, pues como los personajes, es un símbolo de la promesa fallida de modernidad. Un sueño que hablaba de “desaparecer la barbarie endémica de América Latina”, de formar estados nacionales que progresaran, consolidando las ciudades modernas, la industria que arrojara montones de dinero y bienes.

Onetti nos habla desde cualquier lugar, pero de uno que parece el corazón de Uruguay, desde cualquier persona y a la vez desde todas. Quizás un gran indicador de “modernidad” en Latinoamérica no sean sus ciudades, sino sus pueblos, ¿cómo se vive fuera de las grandes orbes latinoamericanas? La sensación de desencanto, fragmentación, incomprensión, fracaso, se convierten en el común denominador. Hombres que comen promesas que saben que no se cumplirán. Hombres que diario van a trabajar, aunque sepan que lo hacen en una fábrica hundida, oxidada; se sientan en escritorios apolillados y archivan documentos inservibles. Humillación es que una persona tenga que discutir un sueldo que nunca cobrará. Cinco, seis mil pesos, cien mil millones… cualquier cosa, ninguna. Sólo la fantasía de que existe, “calles de tierra o barro, sin huellas de vehículos, fragmentadas por las promesas de luz de las flameantes columnas de alumbrado”[3] Promesas. Faros para alumbrar autos que no existen. Astillero para construir y reparar promesas. Onetti le intenta explicar a Uruguay, con angustia, que su modernidad no llegó y que los uruguayos la siguieron contemplando, esperando.

“El cielo había terminado de nublarse y el aire estaba quieto, augural”[4] La quietud del camino que no lleva a ningún lado es básica en la estética que Onetti dibuja en El Astillero. La sensación de que no pasa nada, las frases largas y laberínticas, la confusión temporal nos transportan a un mundo que nos es bien conocido. A la rutina de un no lugar muy familiar, a la sensación de haber llegado tarde y de no poder alcanzar el tren. La “modernidad” o al menos la modernidad a la que se aspiraba hace un siglo, nos queda lejos.

Un Larsen morirá de pulmonía, o del cansancio de ser un fantasma con vida y un Petrus buscará otro gerente general "como si los eligiera o los encargara siempre distintos, con la esperanza de encontrar algún día alguno diferente a todos los hombres, alguno que hasta engorde con el desencanto y el hambre y no se vaya nunca"[5] Posiblemente les contará su promesa, la promesa de la riqueza milagrosa y tal vez ellos sabrán de su falsedad, pero la creerán resignados y trabajarán en el Astillero. Para ahora sí consolidar la modernidad latinoamericana, por supuesto…


[1] Juan Carlos Onetti, El Astillero, Ed. Oveja Negra, Colombia, 1984, p. 378

[2] Ibídem, p. 215

[3] Ibídem, p. 245

[4] Ibídem, p. 215

[5] Ibídem, p. 288

jueves, 7 de julio de 2011

Pininos criticones.

Sobre el Rock n’ Roll y otras minucias

I'm full of dust and guitars

Syd Barret

 

El siglo XX fue ensordecedor: los inventos de la radio, la televisión y el teléfono sirvieron para comunicar la historia de más de 70 millones de muertos y el incalculable sufrimiento que las guerras mundiales, de Corea, de Vietnam, revoluciones rusa, cubana y un buen número más, provocaron. Dentro de ese mundo, polarizado por la Guerra Fría, y del que nos separan tan sólo unos años, se desarrolla la puesta en escena Rock n’ Roll, original de Tom Stoppard, traducida y adaptada por Alfredo Michel y dirigida por Alfonso Ruizpalacios, que se presentó en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario de la UNAM durante la temporada Enero-Junio del 2011.

Definir qué es exactamente lo que sucede y plantea Rock n’ Roll, puede resultar una tarea agotadora, pues es un proyecto ambicioso. Entre Historia, coreografías, dilemas filosóficos, proyecciones, poesía, viajes y por supuesto, música de primera calidad, transcurren casi tres horas de explosión que mantienen atento y emocionado al espectador.

La historia comienza cuando Jan regresa a su natal Checoslovaquia en 1968, durante la invasión de los tanques rusos, tras haber sido enviado meses atrás a estudiar a Cambridge donde fue tutelado por Max, un ferviente comunista inglés.

Sin duda, ésta obra representa un delicioso reto intelectual para el auditorio, que ha de procurar no perderse ni un solo detalle de las apasionadas discusiones de Jan, Max y su esposa Eleonor, que muchas veces van más allá de sistemas político-económicos al buscar volver a preguntas esenciales como ¿qué nos hace humanos?, si existe el alma humana o ¿cuál es el balance entre el individuo y la sociedad?

La trama crece y se entrelaza con la participación de personajes como Esme, hija de Max y Eleonor; Vratislav Brabenec, miembro de The Plastic People of the Universe; Milan, oficial de policía que interroga y hostiga a Jan; Lenka, brillante estudiante que se enamora de Max; Alice, hija de Esme; y Stephen, novio de Alice. De ésta manera, el guión permite que miembros de tres generaciones con ideologías y vidas muy distintas, se enfrenten y dialoguen, haciendo la obra multidimensional: Max, el viejo comunista que ha nacido durante la Revolución rusa discute con Jan, quien ha vivido la Primavera de Praga y aboga por un sistema con rostro humano en donde cuenten los individuos y se respete su libertad, y con Stephen, el joven partidario del nuevo comunismo que busca replantearse y modernizarse, cosa que para Max es impensable. Lenka y Eleonor, quienes creen en la sensibilidad del cuerpo y de su valor inmanente se enfrentan a Max, para quien todo es controlado por el cerebro, sin más.

Rock n’ Roll nos sugiere reflexionar sobre nosotros mismos y sobre las formas de organización a las que nos hemos sometido al resultar modelos que determinan nuestra manera de vernos los unos a los otros, de relacionarnos y de definirnos.

Todo esto es conducido por la explosiva mano del rock n’ roll, una de las expresiones humanas más universales, completas y revolucionarias. Por eso es que Jan salvaguarda con pasión casi exagerada sus vinilos y por eso es que la policía secreta checa se esmera tanto en destruirlos: por lo que significan.

La música, que con el pasar de los actos atraviesa la epidermis y se va alojando en lo más profundo, nos involucra cada vez más al utilizar himnos de Jimi Hendrix, Pink Floyd, Bob Dylan, por supuesto The Plastic People Of The Universe, The Doors, The Beatles, The Beach Boys, Syd Barret, John Lennon y The Rolling Stones, entre otros.

El guión, la música con banda en vivo, el montaje que incluye un escenario dinámico que se transforma constantemente, así como la introducción de una pantalla que proyecta las imágenes de una máquina de escribir que es utilizada en vivo para narrar la historia y las excelentes actuaciones de Juan Manuel Bernal, Karina Gidi, Sophie Alexander, José Caballero y el resto de los intérpretes, nos transportan a una época movilizada por las dialécticas que surgen entre represión y liberación, poder y justicia, razón y amor, música y silencio.

Rock n’ Roll nos enseña de Historia, de relaciones humanas y de la vida misma, pero sobre todo, nos recalca la importancia, gigantesca, monumental, de nunca cortarse el cabello.