jueves, 28 de enero de 2010

La fragilidad de Enrique.

     ESCUCHANDO LAS CONSECUENCIAS Por Nacho VegasNacho-Vegas-3

“Una vez alguien me pidió que le dijera algún rasgo de Enrique que la gente no conociera. Una de esas preguntas difíciles que te hacen en ocasiones los periodistas.  Yo dije, creo: la fragilidad. Cuando Enrique canta parece que lo hace alguien fuerte, seguro de sí mismo. Pero sólo lo parece. Hay que escucharlo, no dejarlo sonar, y entonces ves las dudas, porque las canciones son también eso, dudas.
Pero no me refería a eso. A veces tuve la impresión de que Enrique le tenía miedo a su propia fragilidad. Por ejemplo, en algunos momentos de la grabación de El tiempo de las cerezas. Por ejemplo, durante la grabación de la canción que se llama así, como el disco. Y me preguntaba por qué. Ahora creo que estaba aguardando, esperando el momento para mostrarse como un animal herido. Esperando el momento para publicar este disco. “Es hora de hablar de la quimera de otra vida”.
En la última novela de Belén Gopegui, Deseo de ser punk, dice: “La música, la de verdad, no suena, te atraviesa el cuerpo de parte a parte”. Las cosas más frágiles a veces son también las más perturbadoras. Yo escucho “Ella me dijo que no”, por ejemplo, o “21 de octubre” y me atraviesan de parte a parte.
Las Consecuencias es en muchos sentidos el disco que yo quería escuchar de Enrique. Me gusta ya desde el título, cómo no va a hacerlo. Pero es que son tantas las cosas inevitables, ya lo sabes. Cantas: “…buscando llaves que no abrían”. Si digo: Es su Blood on the tracks particular, lo digo por muchas razones. No todos tenemos la capacidad, o simplemente no llegamos nunca a hacer nuestro Blood on the tracks particular. O no nos atrevemos.
Decía que lo digo por muchas razones. Porque es como un cuento de Chejov, o como un poema de Raymond Carver. Porque está entre la declaración de principios y lo confesional. Lo confesional: Tan real que deja de ser real para ser verdad. Porque usa el tiempo y la distancia de una manera magistral y habla en tercera persona para poder cantar en primera persona y hace que duela y sobrecoja y te habla de la vida, de la tuya, de la suya, de la nuestra, o mejor dicho (como él dice): de las cosas que uno hace para vivir y no perder la  cabeza.”
Nacho Vegas

Extraído de: http://www.enriquebunbury.com/noticias.aspx

Gracias a Sebastián.

lunes, 25 de enero de 2010

Ariela y yo.

Hoy, Ariela y yo tuvimos una conversación profunda o un saludo pronunciado:

Denisse dice:
Crayola
Ariela... dice:
Plumón
Denisse dice:
Lápiz
Ariela... dice:
Acuarela
Denisse dice:
Carboncillo
Ariela... dice:
óleo
Denisse dice:
Pluma
Ariela... dice:
serigrafía
Denisse dice:
Lapicero
Ariela... dice:
pastel
Denisse dice:
Plastilina
Ariela... dice:
piedra caliza
Denisse dice:
Pluma fuente

El absurdo.

Estoy leyendo El libro de Manuel. Es un texto complicado, lleno de crítica social y términos políticos de la Francia y Latinoamérica de los años sesenta.

Julio Cortázar nos cuenta historias con h e Historia con H. Valiéndose del grupo de amigos que llama “la Joda” y los recortes de periódicos y artículos, el genio logra (muy bien logra) un texto no lo suficientemente real como para que sea Historia ni lo suficientemente ficticio como para que sean historias. Todo esto sin perder el fino sarcasmo y humor cortazariano que nos mantiene al filo de la lectura (y a veces de la incomprensión). Tal vez lo importante es no desesperar, leer hasta el final aunque parezca que el principio es ilegible. Releer también es opción (necesaria opción). Y entonces, de pronto, sin que uno lo espere, llega el escalofrío.

El siguiente, es un fragmento que me gustó mucho.

“Por todo eso, lo de que el absurdo no es más que la prehistoria del hombre como lo entienden el que te dije y tantos otros y también por lo de los bichos revoloteando alrededor de la lámpara que es una de las muchas maneras de contestar al absurdo (en el fondo homo faber no quiere decir otra cosa, pero hay tantos faber número uno, dos y tres, afilados o mochos, enteritos o rabones), por todo eso y por cosas parecidas va a llegar el momento en que el que te dije considerará que hay suficientes cascarudos, mosquitos y mamboretás bailando un jerk insensato aunque altamente vistoso en torno a la lámpara, y entonces siempre dentro de la metáfora la apagará de golpe, congelará instantáneamente una determinada situación de todos los bichos o puestas en marcha revoloteando que bruscamente privados de la luz se fijarán en esa última mirada del que te dije en el instante de apagar la lámpara, de manera que el mamboretá más grande que volaba lejos y arriba de la lámpara quedará situado simétricamente con relación a la falena roja que trazaba su elipse por debajo de la lámpara,  y así sucesivamente los diversos bichos incómodos y estivales asumirán una condición de puntos fijos y definitivos en algo que un instante más o menos de luz hubiera modificado infinitamente. Algunos le llamarán elección, entre otros el que te dije, y algunos le llamarán azar, entre otros el que te dije, porque el que te dije sabe muy bien que en un momento dado apagó la lámpara y que lo hizo porque decidió hacerlo en ese momento y no antes ni después, pero también sabe que la razón que lo decidió a apretar el interruptor no le venía de ningún cálculo matemático ni de ninguna razón funcional sino que le nació de adentro, siendo adentro una nación particularmente incierta como sabe cualquiera que se enamora o juega al póker los sábados a la noche.”

homo faber: locución latina para “hombre que fabrica”.

Edel.

Ayer, fuimos un ratito al concierto de trovadores pro-Haití en el Parque Naucalli del Estado de México. Se juntaron 2 toneladas de comida y 11,000 pesos. Nada mal.

Estaba Edel. Le había escuchado y leído, pero nunca visto; tiene una presencia increíble, cautivadora.

Curiosamente, discutíamos sobre su físico y llegamos a la misma conclusión de siempre: La fuerza y espesura de las palabras, que se deslizan, suaves y quizás hasta tramposas, esfuminan las siluetas.

 Edel Juárez 1 (Extraído de: http://www.edeljuarez.com/)

Siempre he sido mi casa…/Edel Juárez
(Títeres de tú – 2000)

Siempre he sido mi casa
el lugar al que vuelvo cuando todo oscurece
me encierro y miro por la ventana
la noche, mi corazón desnudo,
te dibujas en el cielo como tormenta que se acerca.
viene el viento devorando distancia,
calándome hasta los huesos,
rugiendo porque no contesto...

no vuelo por no saber que el cielo
me tiene un lugar preparado.
me dedico a ver cómo arrancas suspiros
y árboles a tu paso.
desde mi casa, mi ventana te admira
yo sólo soy un espectador,
alguien que ha aprendido a corear tu pasión
gritando miedo
esperando

siempre he sido mi casa
y a puertas abiertas te espero.

Sueño de madrugada.

“A veces, en las madrugadas que me encuentran deambulando sin reposo posible, alcanzo a treparme en una voluta de humo y, desde muy arriba, nos miro. Créanme que lo que se alcanza a ver es tan hermoso que duele mirarlo. No digo que sea perfecto, ni acabado, ni que carezca de huecos, irregularidades, heridas por cerrar, injusticias por remediar, espacios por liberar. Pero sin embargo se mueve. Como si todo lo malo que somos y cargamos, se mezclara con lo bueno que podemos ser y el mundo entero redibujara su geografía y su tiempo rehiciera con otro calendario. Vaya, como si otro mundo fuera posible”

                                                            Subcomandante Marcos

Llorá nomás Botija.

En la carta de 1996 del Subcomandante Marcos a Galeano, Marcos escribe: “No puedo decirles todo. Ya Benedetti nos explicó antes que ‘uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede. Pero tiene derecho a no hacer lo que no quiere’.” El Sub está tomando un fragmento del poema Hombre preso que mira a su hijo y que enchina la piel de cualquier uruguayo que pueda recordar o más bien no pueda olvidar los largos 12 años de dictadura militar.

(Edel Juárez declama Hombre preso que mira a su hijo y Edgar Oceransky canta la maravillosa De la ausencia y de ti, Velia del maestro Silvio Rodríguez, canción que el cubano dedica a su amiga mexicana Velia Ramírez)

Hombre preso que mira a su hijo/Mario Benedetti
                                                             al «viejo» hache
Cuando era como vos, me enseñaron los viejos
y también las maestras, bondadosas y miopes,
que libertad o muerte era una redundancia,
a quién se le ocurría en un país
donde los presidentes andaban sin capangas.

Que la patria o la tumba era otro pleonasmo
ya que la patria funcionaba bien,
en las canchas y en los pastoreos.

Realmente botija, no sabían un corno
pobrecitos, creían que libertad
era tan sólo una palabra aguda,
que muerte era tan sólo grave o llana
y cárceles por suerte una palabra esdrújula.

Olvidaban poner el acento en el hombre.

La culpa no era exactamente de ellos,
sino de otros más duros y siniestros
y éstos sí,
cómo nos ensartaron
con la limpia república verbal,
cómo idealizaron
la vidurria de vacas y estancieros
y cómo nos vendieron un ejército
que tomaba su mate en los cuarteles.

Uno no siempre hace lo que quiere,
uno no siempre puede,
por eso estoy aquí
mirándote y echándote
de menos.

Por eso es que no puedo despeinarte el jopo,
ni ayudarte con la tabla del nueve,
ni acribillarte a pelotazos.

Vos sabés que tuve que elegir otros juegos
y que los jugué en serio.

Y jugué por ejemplo a los ladrones
y los ladrones eran policías.

Y jugué por ejemplo a la escondida
y si te descubrían te mataban.

Y jugué a la mancha
y era de sangre.

Botija aunque tengas pocos años,
creo que hay que decirte la verdad
para que no la olvides.

Por eso no te oculto que me dieron picana,
que casi me revientan los riñones,
todas estas llagas hinchazones y heridas
que tus ojos redondos
miran hipnotizados,
son durísimos golpes,
son botas en la cara,
demasiado dolor para que te lo oculte,
demasiado suplicio para que se me borre.

Pero también es bueno que conozcas
que tu viejo calló,
o puteó como un loco
que es una linda forma de callar.

Que tu viejo olvidó todos los números
(por eso no podría ayudarte en las tablas),
y por lo tanto todos los teléfonos
y las calles y el color de los ojos
y los cabellos y las cicatrices
y en qué esquina
en qué bar,
qué parada,
qué casa,
y acordarse de vos,
de tu carita,
lo ayudaba a callar.

Una cosa es morirse de dolor
y otra cosa morirse de vergüenza.

Por eso ahora,
me podés preguntar
y sobre todo
puedo yo responder.

Uno no siempre hace lo que quiere,
pero tiene el derecho de no hacer
lo que no quiere.

Llorá nomás botija,
son macanas
que los hombres no lloran,
aquí lloramos todos.

Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos,
maldecimos
porque es mejor llorar que traicionar,
porque es mejor llorar que traicionarse

Llorá,
pero no olvides.

____________________

La RAE nos facilita un pequeñísimo vocabulario:

Capanga: (Del port. brasileño capanga). 1. m. Á. guar., Bol. y Ur. Persona que cumple las funciones de capataz, conduciéndose, a veces, con violencia.

Jopo: 1. m. Cola de mucho pelo.

viernes, 22 de enero de 2010

Olivio futbolista.

Siguiendo con Chiapas (tema que ya presiento recurrente), aquí la segunda carta del Subcomandante Marcos a Eduardo Galeano:
EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL
MÉXICO

8 de Julio de 1996

A: La reunión "Uruguay por Chiapas".
Montevideo, Uruguay.
En la alargada y dolorosa América Latina.

De: Subcomandante Insurgente Marcos.
Montañas del Sureste Mexicano.
En la alargada y dolorosa América Latina.

Atención: Eduardo Galeano.

Hermanos y hermanas del Uruguay y, sobre todo, del "Uruguay por Chiapas":
Hermano Galeano:

Espero que todos los que se encuentran ahí reunidos me permitan dirigirme a ellos a través tuyo. Como es evidente, he pasado al tuteo sin tramite alguno. No porque haya entrado en confianza (la sola perspectiva de que, me dicen, en el Uruguay "entrar en confianza" implica poner en medio palabra y mate, me aterra), sino porque alguien me ha dicho que en el Uruguay la gente buena es informal y no se anda con ceremonias y caravanas. No sé si la gente buena sea, necesariamente, informal. Pero sí sé que son buenos todos los que hoy se reúnen en la patria de mi general Artigas para tender el puente necesario y posible para venirse hasta la rebelde dignidad de los indígenas mexicanos. Así las cosas, disculpa el tuteo y manda de retache un manual de buenas costumbres uruguayas para irme adaptando a mi futura nacionalidad. Ojo: puedes prescindir de mandar el mate.

Bien. Según leo en algún cable noticioso, hay ahí por ahí músicos, poetas, actores, conductores de tv, sacerdotes defensores de los derechos humanos y futbolistas. La agencia de noticias no habla de que vayan a tomar mate. Esto me alivia un poco y por eso me atrevo a escribirte y, a través tuyo, escribirles a todos los que ahí están. Que yo sepa, no es posible (todavía) obligar a nadie a tomar mate por correo. Por lo demás, el cable de noticias no da ninguna pista. De hecho, para mí todos los uruguayos son músicos, poetas, actores, conductores, defensores de los derechos humanos y futbolistas simultáneamente. Entonces tal vez estás ahí tú solo. Tal vez es cierto eso de que para hacer una reunión, un mitin o un acto de masas, sólo se necesita un persona y un mate bien caliente. Pero no creo que estés solo. Estoy seguro de que no son pocos los uruguayos que han abierto cabeza y corazón a la palabra de los indígenas zapatistas. En todo caso, es claro que hay suficientes para que nosotros, desde acá, sintamos el caminar de ustedes hasta nosotros.

Quisiera decirle todo lo que todos acá sentimos cuando nos enteramos que tendrían esta reunión que pone del mismo lado a dos cielos y dos suelos igualmente dignos y dolientes. No puedo decirles todo. Ya Benedetti nos explicó antes que "uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede. Pero tiene derecho a no hacer lo que no quiere". Y lo que no quiero es limitarme a un "saludo fraternal y revolucionario" y los etcéteras que tanto alargan distancias y desinterés. Así que tengo derecho a no hacerlo. En cambio si puedo hablarles un poco de...

El Olivio es un niño tojolabal. Tiene menos de 5 años y todavía está dentro del límite mortal que aniquila a miles de infantes indígenas en estas tierras. Las probabilidades de que el Olivio muera por enfermedades curables antes de los 5 años es la más alta de este país que se llama México. Pero el Olivio esta vivo todavía. El Olivio se presume de ser amigo del "Zup" y de jugar fútbol con el Mayor Moisés. Bueno, eso de jugar fútbol es arrogante. En realidad, el Mayor se limita a patear el balón lo suficientemente lejos como para librarse de un Olivio que considera, como cualquier niño lo haría, que el trabajo más importante de los oficiales zapatistas es jugar con los niños. Yo observo de lejos. El Olivio patea el balón con una decisión que da escalofríos, sobre todo si te imaginas que esa patada podría tener tu tobillo como destino. Pero no, el destino de la patada del Olivio es un pequeño balón de plástico. Bueno, esto también es un decir. En realidad la mitad de la patada y de la fuerza se queda en el lodo de la realidad chiapaneca y sólo una parte proyecta el balón por un rumbo errático y cercano. El Mayor da un patadón y la pelota pasa a mi lado y se va muy lejos. El Olivio corre decididamente detrás del esférico (léase esto, y lo que sigue, con voz de comentarista de fútbol por televisión o radio). Esquiva ágilmente un tronco tirado y una raíz ya no tan oculta, gambetea y dribla dos chuchitos ("perritos" para los chiapanecos) que de por sí ya huían aterrados ante el avance implacable, decidido y relampagueante del Olivio. La defensa ha quedado atrás (bueno, en realidad la "Yeniperr" y el Jorge están sentados y jugando con el lodo, pero lo que quiero decir es que no hay enemigo al frente) y el arco contrario está inerme ante un Olivio que aprieta los pocos dientes que tiene y enfila al balón como locomotora desvielada. El respetable, en el graderío, cuelga en la tarde un silencio expectante (Bueno, la verdad es que sólo yo estoy atento al desenlace, el Mayor ya se fue, y es difícil hablar de silencio con tanto grillo entonando la tardecita que se hace mate en el Uruguay y pozol azucarado en las montañas del Sureste Mexicano). El Olivio llega, ¡por fin!, frente al balón y, cuando toda la galaxia espera un patadón que rompa las redes (bueno, la verdad es que, detrás del supuesto marco enemigo, sólo hay un acahual con ramas, espinas y bejucos, pero sirven como redes), y ya empieza a subir, de los riñones a la garganta, el grito de "¡gooool!", cuando todo está listo para que el mundo demuestre que se merece a sí mismo, justo entonces es cuando el Olivio decide que ya estuvo bueno de correr detrás de la pelota y que ése pajarraco negro que revolotea no lo puede hacer impunemente y, súbito, el Olivio cambia de dirección y de profesión y va por su tiradora para matar, dice, al pájaro negro y llevar algo a la cocina y a la panza. Fue algo, ¿cómo decirte?... algo anticlimático ("muy zapatista", diría mi hermano), muy tan incompleto, muy tan inacabado, como si un beso se hubiera quedado colgado en los labios y nadie nos hiciera el favor de recogerlo.

Yo soy un aficionado discreto, serio y analítico, de ésos que revisan los porcentajes y los historiales de equipos y jugadores y pueden explicar perfectamente la lógica de un empate, un triunfo o una derrota, sin importar cuál se dé. En fin, un aficionado de ésos que después se explican a sí mismos que no hay que ponerse triste por la derrota del preferido, que era de esperar, que en la que sigue habrá un repunte, que otros etcéteras que engañen al corazón con la inútil tarea de la cabeza. Pero en ese momento perdí los estribos y, como hincha que ve traicionados los valores supremos del género humano (es decir, los que con el fútbol tienen que ver), salté de las gradas (en realidad estaba sentado en una banquita de troncos) y me enfilé, furioso, a reclamarle al Olivio su falta de pundonor, de profesionalismo, de espíritu deportivo, de ignorante de la ley sagrada que manda que el futbolista se debe a la afición por entero. El Olivio me ve venir y se sonríe. Yo me detengo, me paro en seco, me quedo helado, petrificado, inmóvil. Pero no te creas, Eduardo, que es por ternura que me detengo. No es la tierna sonrisa del Olivio lo que paraliza. Es la tiradora que tiene en las manos...

Pues sí, Eduardo. Ya sé que es muy evidente que trato de hacerles un símil de la tierna furia que nos hace hoy soldados para que, mañana, los uniformes militares sólo sirvan para los bailes de disfraces y para que, si uno debe ponerse uniforme, sea el que se usa para jugar, por ejemplo, fútbol.

Salud a esa inquietud creadora que los reúne y los hace voltear hacia nosotros. Salud a los todos que ahí se juntan y nos hablan y escuchan. Espero, esperamos, que todo les salga bien y que, pronto, los podamos saludar acá, en el Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo.

Vale. Salud y un balón que, como los sueños, llegue bien alto.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

Subcomandante Insurgente Marcos

México, Julio de 1996.

P.D.- Suerte con la digestión del mate. Avisen si llegó este escrito y sus anexos. ¡Ah! Y no olviden decirme en que lugar de la tabla de posiciones va "El Peñarol", equipo cuya fama llegó al México de mi infancia como debieran llegar todas las noticias, es decir, con un balón de fútbol.

Extraído de http://patriagrande.net/mexico/ezln/

jueves, 21 de enero de 2010

Día del Niño.

Fui a Chiapas. Me hizo feliz, me entristeció, me dio miedo, me interesó. Me llegó.
He leído esto.
Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México

2 de mayo de 1995

A: Eduardo Galeano.
Montevideo, Uruguay.

De: Subcomandante Insurgente Marcos
Montañas del Sureste Mexicano. Chiapas, México.

Señor Galeano:

Le escribo porque... porque me dieron ganas de escribirle. Porque ya pasó el día del niño acá en México y se me ocurre que a usted le puedo platicar lo que acá pasa, en un día del niño, en medio de una guerra sorda. Le escribo porque no tengo ninguna razón para hacerlo y, entonces, puedo así contarle lo que pasa o lo que me viene a la cabeza, sin la preocupación de que no se me vaya a olvidar el motivo de la carta. Porque sí, pues.

También porque perdí el libro que me regaló y porque ese ratón cambista que suele ser el destino (?) ha repuesto el libro perdido con otro libro. Y porque se me ha quedado bailando en la cabeza una parte de su libro Las Palabras Andantes.

Porque dice así:

"¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?".
Ventana sobre la palabra (VIII), p.262.

Y entonces yo me he recostado para pensar y fumar. Es de madrugada y como almohada tengo un fusil (bueno, en realidad no es un fusil, es una carabina que fue de un policía hasta enero de 1994. Antes servía para matar indígenas, ahora sirve para que no los maten). Con las botas puestas y la pistola recostada a un lado, cerca de la mano, pienso y fumo. Afuera, alrededor de humo y pensamientos, mayo se engaña a sí mismo fingiendo que es junio y hay ahora una tormenta de lluvia, rayos y truenos que logró lo que parecía imposible: callar a los grillos.

Pero yo no estoy pensando en la lluvia, no estoy tratando de adivinar cuál de los relámpagos que está por rasguñar la tela de la noche será el de la muerte, ni siquiera me preocupa que el techito de nylon que cubre mi estancia es demasiado pequeño y se moja la orilla del camastro (¡Ah! Porque resulta que me hice una camita de ramas y horcones, amarrados con bejucos. Lo hice porque la uso de escritorio, bodega y, a veces, para dormir. En la hamaca no me acomodo o me acomodo demasiado, me quedo muy dormido y el sueño profundo es un lujo que, acá, se puede pagar muy caro. En la cama de varillas de palo se está lo suficientemente incómodo como para que el sueño sea apenas un pestañazo).

No, no me preocupan ni la noche, ni la lluvia, ni los truenos. Me preocupa eso de "¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?". El libro me lo mandó la Ana María, una indígena tzotzil que tiene el grado de mayor de infantería en nuestro ejército. Alguien se lo mandó a ella y ella me lo mandó a mí, sin saber que yo perdí un su libro de usted y este libro repone el libro perdido, que no es lo mismo pero tampoco es igual. El libro está lleno de dibujitos en tinta negra y yo creo que así deben ser los libros y las palabras: dibujitos que salen de la cabeza o la boca o las manos y que van y se ponen a bailar en el papel, cada que el libro se abre, y en el corazón cada que el libro se lee. El libro es el regalo más grande que el hombre se ha dado a sí mismo. Pero volvamos a su libro de usted que yo tengo ahora. Lo leí con un cabito de vela que cargaba en la mochila.

El último tramo de pabilo se fue con esa página 262 (¡capicúa!, ¿no? ¿una señal?). Y entonces me recordé la frase aquella de Perón que me mandó y luego mi torpe respuesta y, más después, el libro que me envió. Y aquí la pena de contarle que el libro lo dejé botado en la "graciosa huida" de febrero. Y entonces me llegan este libro y las letras sobre el saber callar. Y yo ya llevo varias noches dándole vueltas al asunto, aun antes de que me llegara el libro. Y me pregunto si no llegó la hora de callar, si no será que ya se pasó el momento y ya no es el lugar, si no es la hora de morir la boca...

Y le escribo esto en una madrugada de mayo, pasado ya el 30 de abril de 1995, que es el día del niño acá en México. Nosotros los niños mexicanos celebramos ese día, las más de las veces, a pesar de los adultos. Por ejemplo, gracias al supremo gobierno, hoy muchos niños indígenas mexicanos celebran su día en la montaña, lejos de sus casa, en malas condiciones de higiene, sin fiesta y con la pobreza más grande: la de no tener un lugar donde recostar el hambre y la esperanza. El supremo gobierno dice que no ha expulsado a estos niños de sus hogares, sólo ha metido a miles de soldados en sus terrenos. Con los soldados llegaron el trago, la prostitución, el robo, las torturas, los hostigamientos. Dice el supremo gobierno que los soldados vienen a "defender la soberanía nacional". Los soldados del gobierno "defiende" a México de los mexicanos. Estos niños no han sido expulsados, dice el gobierno, y no tienen por qué sentirse espantados de tantos tanques de guerra, cañones, helicópteros, aviones y miles de soldados. Tampoco tienen por qué asustarse, aunque esos soldados traigan órdenes de detener y matar a los papás de estos niños. No, estos niños no han sido expulsados de sus casa. Comparten el piso irregular de la montaña por el gusto de estar cerca de sus raíces, comparten la sarna y la desnutrición por el simple placer de rascarse y por lucir una figura esbelta.

Los hijos de los dueños del gobierno pasan su día en fiestas y regalos.

Los hijos de los zapatistas, dueños de nada como no sea su dignidad, pasan su día jugando a que son soldados que recuperan las tierras que les quitó el gobierno, juegan a que siembran la milpa, a que van por leña, a que se enferman y nadie los cura, a que tienen hambre y, en lugar de comida, se llenan la boca de canciones. Por ejemplo, esa canción, que les gusta cantar en la noche, cuando más cerradas son la lluvia y la niebla, y que dice, más o menos así:

"Ya se mira el horizonte,
combatiente zapatista,
el camino marcará
a los que vienen atrás"

Y, por ejemplo, en el horizonte aparece, marcando el paso, el Heriberto. Y atrás del Heriberto, por ejemplo, va el hijito del Oscar que lo llaman Osmar. Y van, los dos, armados de sus dos varitas que pasaron a llevar de un acahual cercano ("No son varitas", dice el Heriberto y asegura que se trata de poderosas armas que son capaces de destruir un nido de hormigas arrieras que está cerca del arroyo y que le picaron al Heriberto y hubo de tomar represalias). Avanzan el Heriberto y el Osmar en columna. Y por el frente opuesto avanza la Eva, armada de un palo que tiene la ventaja de convertirse en muñeca cuando el ambiente es menos bélico. Y detrás de la Eva viene la Chelita, que levanta sus casi dos años apenas unos centímetros del suelo y que tiene unos ojos de venado lampareado que ya desvelarán, alguna noche, al tal Heriberto o al que se deje herir por destello tan moreno. Y atrás de la Chelita va un chuchito (perrito) que de puro flaco parece una marimba diminuta.

Y a mí todo esto me lo están contando, pero como si lo estuviera viendo al Wellington frente a Napoleón en esa película que se llamó "Waterloo" y, creo, salía el Orson Wells y al Napoleón lo derrotaban por culpa de un dolor de panza. Pero aquí no hay Orson que valga, ni flanqueos de infantería, ni apoyo de artillería, ni defensa en cuadro contra las cargas de los de a caballo, porque tanto el Heriberto como la Eva han decidido optar por el ataque frontal y sin escaramuzas ni tanteos previos. Yo estoy a punto de opinar que eso parece batalla de sexos, pero ya se está lanzando el Heriberto sobre la Chelita, evitando la carga directa de la Eva que se ve, de pronto, frente a un Osmar que no la espera cara a cara,, ni de pie sino que está de lado y en cuclillas porque ahí no más le dieron ganas de cagar y la Eva proclama que el Osmar se cagó de miedo y el Osmar no dice nada porque ahora quiere montar el chuchito se le acercó a oler, y en el entretanto la Chelita se puso a llorar cuando vio venir al Heriberto y el Heriberto ahora no sabe qué hacer para que se calle la Chelita y le ofrece una piedrita de regalo ("Acaso es piedrita", dice el Heriberto que asegura que se trata de oro puro) y la Chelita nada que para su chilladera y yo estoy pensando que hasta que le dieron una sopa de su propio chocolate al Heriberto cuando llega la Eva, en maniobra que llaman de "voltear la posición enemiga", y le cae el Heriberto por la espalda (cuando Heriberto ya le está ofreciendo su arma antihormiga-arriera a la Chelita, la cual está considerando la oferta, entre chillido y chillido), y entonces, ¡pácatelas!, la muñeca-arma de la Eva llega en su cabeza del Heriberto y empieza la chilladera, (estereofónica, porque la Chelita se siente estimulada por los gritos del Heriberto y no se quiere quedar atrás), y hay sangre y ya viene la mamá de no sé quien, pero trae un cinturón en la mano y los dos ejércitos se desbandan y el campo de batalla queda desierto y en la enfermería declaran que el Heriberto tiene un chipote del tamaño de su nariz y que, como la Eva está intacta, ganaron la mujeres en esta batalla. El Heriberto se queja de arbitraje parcial y prepara el contra-ataque pero no será hasta mañana porque ahorita hay que comer los frijoles que no llenan ni el plato ni la panza...

Y así pasaron el día del niño, dicen, los niños de un poblado que se llama Guadalupe Tepeyac. En la montaña lo pasaron, porque en su pueblo hay varios miles de soldados defendiendo "la soberanía nacional". Y dice el Heriberto que, cuando sea grande, va a ser chofer de un camioncito y piloto de avión no quiere ser porque, dice, si se le poncha la llanta del carrito, ahí nomás te bajas y te vas caminando, en cambio si se le poncha la llanta al avión no hay para donde hacerse. Y yo me digo que cuando sea grande voy a ser uruguayo-argentino y escritor, en ese orden, y no crea usted que será fácil porque lo que es el mate, no lo puedo tragar.

Pero no era esto lo que yo quería contarle. Lo que yo quería era contarle un cuento para que usted lo cuente:

Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se tenga. "Elige un enemigo grande y esto te obligará a crecer para poder enfrentarlo. Achica tu miedo porque, si él crece, tú te harás pequeño", me dijo el Viejo Antonio una tarde de mayo y lluvia, en esa hora en que reinan el tabaco y la palabra. El gobierno le teme al pueblo de México, por eso tiene tantos soldados y policías. Tiene un miedo muy grande. En consecuencia, es muy pequeño. Nosotros le tenemos miedo al olvido, al que hemos ido achicando a fuerza de dolor y sangre. Somos, por tanto, grandes.

Cuéntelo usted en algún escrito. Ponga que se lo contó el Viejo Antonio. Todos hemos tenido, alguna vez, un Viejo Antonio. Pero si usted no lo tuvo, yo le presto el mío por esta vez. Cuente usted que los indígenas de sureste mexicano achican su miedo para hacerse grandes, y escogen enemigos descomunales para obligarse a crecer y ser mejores.

Esa es la idea, estoy seguro que usted encontrará mejores palabras para contarlo. Escoja usted una noche de lluvia, relámpagos y viento. Verá cómo el cuento sale así nomás, como un dibujito que se pone a bailar y a dar calor a los corazones que para eso son los bailes y los corazones.

Vale. Salud y un muñequito sonriente, como ésos con los que firma.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

Subcomandante Insurgente Marcos

P.D. de advertencia policiaca. Es mi deber informarle que soy, para el supremo gobierno de México, un delincuente. Por lo tanto mi correspondencia puede ser implicatoria. Le ruego que se grabe usted el contenido de la presente, es decir, la encomienda que suplica, y destrúyala inmediatamente. Si el papel fuera de chicle, le recomendaría que lo comiera y, masticando, se pusiera a hacer esas bombitas de chicle que tanto escandalizan a las buenas conciencias, y que demuestran la falta de urbanidad y educación de quien las hace. Aunque hay algunos que las hacen con la esperanza de que una de las bombitas sea lo suficientemente grande como para llevarlo a uno de esa ruta luminosa que, allá arriba, se alarga... como se alargan el dolor y la esperanza sobre el cielo de nuestra América.

P.D. improbable. Salude usted de mi parte, si lo ve, al tal Benedetti Dígale usted, por favor, que sus letras, puestas por mi boca en el oído de una mujer, arrancaron alguna vez un suspiro como esos que echan a andar a la humanidad entera. Dígale también, que quién quita y lo de "Marcos" fue por El cumpleaños de Juan Ángel.

 

Extraído de http://patriagrande.net/mexico/ezln/